viernes, 30 de octubre de 2015

LLAMADOS A SER CRISTIANOS... TEMA 3

1. El cristiano, una copia fiel de Jesús.


En el tema anterior, ha quedado claro que lo primero que todo hombre y mujer de este mundo debe tener por seguro, es que Dios nos creó para ser felices, y no de cualquier manera, sino plenamente felices. Esa felicidad, desde nuestra fe cristiana, significa reflejar la semejanza de Jesús y vivir con Él, en Él y en Él según la circunstancia de vida a la que Dios Padre misericordioso nos haya llamado.

La palabra «cristiano», denota tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, lo cual hacemos al ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo. Así, ser cristiano es una vocación (una llamada) a la felicidad en el amor y la verdad. Si toda persona tiene esta llamada a la existencia y a la felicidad, el cristiano debe comprometerse con Dios para llegar a ser, como lo expresa a beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, «una copia fiel de Jesús».

El crecer cada vez más en la imagen y semejanza de Jesús, es el propósito central de la vida de todo cristiano. Es el centro a todas nuestras actividades, nuestro estilo de vida, nuestras relaciones, porque Cristo Jesús es el motor que impulsa nuestro ser y quehacer. Todos los dones y cualidades que hemos recibido del mismo Dios deben fluir de este propósito central, porque todo está encaminado hacia Él.

Si yo no soy semejante a Cristo en mi corazón —si cualquier circunstancia, no me estoy convirtiendo notablemente en una copia fiel de Él—, voy perdiendo el propósito de Dios para mi vida totalmente. No importa lo que yo logre para este mundo como propósito en una carrera profesional o en un trabajo al que le entregue toda mi energía; si no vivo en Cristo, nada he hecho. Hoy, cuando el mundo habla de vocación piensa en profesiones, actividades, más o menos envolventes o en aficiones y tendencias. 

El propósito de Dios para cada uno, no puede cumplirse por lo que hacemos.. No puede ser medido por nada material que logremos en este mundo, aunque sea una obra filantrópica, aunque sane a los enfermos y eche fuera demonios. ¡No!, el propósito de Dios se cumple en mi solamente por lo que me estoy convirtiendo en una copia fiel de Jesús. La semejanza de Cristo no se trata de lo que yo hago por el Señor, sino acerca de cómo soy transformado a su imagen y semejanza en un compromiso con el mismo Dios y con el mundo que me rodea.

2. La vocación a ser «otro Cristo» viene de Dios.

La vocación a la vida cristiana no nos la podemos dar a nosotros mismo, no viene de nosotros mismos, sino que viene de Dios. Por eso, antes que nada, y continuamente, es preciso acoger a Dios en nuestra vida, dejarle entrar libremente y seguirle con toda fidelidad y entusiasmo. Sólo si comprendemos que es Dios quien nos ha llamado —de manera individual y comunitaria— a formar parte de la familia de Dios como hijos suyos para formar a Cristo en nosotros, es que seremos capaces de responder al llamado que Dios nos hace a ser cristianos. Así nos damos cuenta del gran amor de Dios, que no priva a nadie de su tarea existencial, pero no hace nuestra parte, ni trabaja sin nosotros para formar a su Hijo en cada uno y en cada una. Dios no suplanta, sino coopera a que vivamos plenamente esa vocación que Él nos regaló.

Para muchos, el llamado a ser cristianos puede parecer algo difícil, incluso abrumador, debido a que Dios nos deja la responsabilidad, pero no hay necesidad de temer, ni de sentirnos ineptos para tal misión. El mismo Dios es quien nos ha habilitado para realizar esta tarea con el sacramento del bautismo.

3. Las tres dimensiones de la vocación a ser cristianos.

La vocación cristiana es entonces la orientación total que damos a nuestra vida para formar a Cristo en nosotros y ser una copia fiel de Él, que pasó por el mundo haciendo el bien y cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre con alegría.  Esta vocación cristiana inspira y organiza la totalidad de la vida. Es el ideal que influye y orienta toda la actividad y las motivaciones de la persona y tiene tres dimensiones que van ayudando a darle sentido a nuestro «ser cristiano».

3.1 Dimensión antropológica.

La vocación en su dimensión antropológica, es el llamado que Dios hace al elegido y es por lo tanto personalizante. En este sentido, este llamado, hecho por Dios, nace en el interior de cada persona y está integrada a todo su contexto existencial, para promover el desarrollo de la propia valía y la capacidad de amar, crear, convivir y proyectarse al estilo de Cristo. Sabemos que hay muchas personas honestas, que trabajan por construir un mundo mejor e intentan luchar contra la corrupción y la injusticia. Les mueven motivos nobles y una ética humanística. Sin embargo, a pesar de sus aportes positivos y sus valores humanos, no por esto pueden ser llamados propiamente cristianos. La vocación a la vida cristiana, desde esta dimensión, está inmersa en las mismas necesidades básicas y potencialidades de la persona desde el corazón de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. La Escritura nos dice: “A los que de antemano conoció Dios, quiso que llegaran a ser como su Hijo: semejantes a Él a fin de que Él sea el primero entre muchos hermanos” (Rm 8,29). 

3.2 Dimensión cristiana.

En su dimensión cristiana, hablamos claramente de la «respuesta» a la identidad de cristiano en cuanto seguidor de Cristo hasta llegar a ser una copia fiel. La iniciación cristiana es la referencia totalizadora de la respuesta vocacional a la llamada que Dios hace como adhesión vital a Cristo y su proyecto de existencia. La dimensión cristiana va dando la formación integral al elegido y le va fortaleciendo los distintos aspectos de la fe para asumir la tarea autoformativa —que no termina nunca— que le ayudará a formar a Cristo hasta llegar a decir como san Pablo: «Ya no so soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Con Cristo la vida humana adquiere su sentido más pleno, porque en Él, el ser humano puede alcanzar su máxima grandeza; en Él y por Él puede alcanzar todos los bienes anhelados y reservados para él; en Él, por Él y con Él puede alcanzar el pleno despliegue y total realización de su existencia. Y lo más importante es que este proceso y despliegue, que se inicia ya en el terreno peregrinar, verá su culminación en la vida eterna donde Dios ha preparado para aquellos que lo aman «lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó» (1Cor 2,9).

3.3 Dimensión eclesial.

En su dimensión eclesial, la vocación cristiana es esa adhesión personal a Jesús que nace y se desarrolla dentro de la comunidad. El llamado a seguir a Cristo se da, de forma ordinaria, en el seno de la comunidad de creyentes. Es en la comunidad donde los cristianos viven su conciencia clara de unión con Cristo.  Es en la Iglesia —comunidad de creyentes— donde se recibe el bautismo que nos hace hijos en el Hijo, por eso la vocación a ser cristianos es, antes que nada, un descubrir la propia pertenencia a esa comunidad, su lugar dentro de ella y su proyección en y desde ella a partir de ser bautizados.  “Y desde su bautismo, se despojaron del hombre viejo y su manera de vivir, para revestirse del hombre nuevo que se va renovando y progresando hacia la imagen de Dios” (Col 3,9-11). Querer seguir a Jesús al margen de la Iglesia es un peligroso engaño ya que, como Pablo descubrió en su conversión (Hch 9,5-6), la comunidad de los cristianos es el Cuerpo de Jesús (l Cor 12, 27), es Cristo presente en forma comunitaria. 

Nadie, siendo un creyente en Cristo, puede pretender encontrar su desarrollo íntegro la vida, si antes no encuentra su ser, como seguidor de Cristo, en estas tres dimensiones. Ya luego vendrá la búsqueda y realización de una vocación específica como la sacerdotal o la matrimonial, entre otras.

4. Una vocación en plenitud con el compromiso de ser otro Cristo.

Cuando hablamos de vocación, no hablamos de fantasías piadosas y de sentimientos que se escarapelan con el tiempo, porque la vocación de todo cristiano —sea cual sea su vocación específica— es respuesta consciente, libre, voluntaria y decidida a esa llamada que Dios nos ha hecho. Sabemos que toda religión posee ceremonias y ritos simbólicos, pues de lo contrario se convertiría en un mero intelectualismo ético para minorías. Pero no basta haber sido bautizado, haber hecho la primera comunión, asistir a procesiones, peregrinar a santuarios marianos, celebrar festividades para poder ser identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus ritos y sin embargo Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt 23). El rito es necesario, pero no suficiente para ser cristiano. La presencia de Cristo en nuestro compromiso de ser y quehacer, es venero de ese amor de predilección, es fuerza nueva que no se atora en los inmediatismos, o en unas cuántas prácticas y trasciende todo tiempo y circunstancia. ¡Dichoso quien vive en plenitud su vocación de ser otro Cristo!

Queda claro entonces que no se puede ser cristiano al margen de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo cristiano no es simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa, sino que cristiano es todo lo que dice relación con la persona de Jesucristo. Sin él no hay cristianismo. Lo cristiano es El mismo. Los cristianos son seguidores de Jesús, sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 11,26).

Entonces vivir en plenitud esta vocación, no es presumir la boleta de bautizo o llevar una marca que marca la frente y que define nuestro ser y quehacer. La vocación cristiana es seguir al Maestro, no en la superficialidad de las posturas o hermosos discursos, sino pisar sobre sus huellas, llevando el mismo polvo y sudando las mismas luchas, con el corazón alegre, rebosante de amor y lleno de esperanza a lo largo de las pequeñas acciones y momentos de cada día y en el espacio de santificación que libremente elegimos cada uno.

No vive la vocación cristiana solamente aquel que dice serlo, tampoco por tener una credencial de pertenencia a una especie de club. No se es cristiano sólo por andar, como vulgarmente se dice, «en la punta del grito», o por lucirse en un servicio que llama la atención en el altar cada domingo. Para vivir en plenitud la vocación a la vida cristiana hace falta ser otro Cristo, con su misma entrega generosa y sin rebajas. A un cristiano no se le mide por la cantidad de rezos y el número de misas a las que asista, sino por el coraje humilde de arriesgar la propia vida a favor de sus hermanos. Así es como se escucha la llamada a ser cristianos y así es como se vive la respuesta.

Quien capta lo que significa esta vocación a ser cristiano, sabe que ha recibido un espíritu de fortaleza, sabe que el bautismo no le ha convertido en un privilegiado, sino en un llamado. La diferencia que se da, pues, con el resto de los hombres y mujeres de este mundo que hacen mucho bien, es que el cristiano sabe responder a un llamado a poner el corazón en la conquista de sí mismo para el servicio, como María de Nazareth —que se encaminó presurosa a servir (Lc 1,39)— y que abre caminos y abraza cada día la cruz, para seguir andando sobre las huellas del Maestro.

Pidámosle al Señor que nos aliente para re-estrenar cada día el compromiso bautismal y a María Santísima que sea el modelo de seguimiento de su Hijo Jesús en la sencillez de la cosas pequeñas de cada día. Temamos a la mediocridad y al permanecer sordos al llamado de Dios que quiere formar a Cristo en nosotros... ¡Somos llamados a ser como Cristo!

5. ACTIVIDADES A REALIZAR:

1. Leer los textos bíblicos que aparecen en el tema.

2. Responder este cuestionario:

2.1 ¿Cuál es la fecha de tu bautismo?

2.2 ¿En manos de quién pusieron tus padres la responsabilidad de ser tus padrinos de bautizo?

2.3 ¿Por qué es importante vivir la vocación cristiana?

2.4 ¿Cuáles son, a tu juicio, las dificultades más grandes para vivir el compromiso del bautismo en medio del mundo?

2.5 ¿Qué lugar ocupa tu parroquia o comunidad eclesial en la vivencia de tu proceso vocacional?

P. Alfredo Delgado R., M.C.I.U.

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