sábado, 31 de enero de 2015

LLAMADOS A SER FELICES... Tema 2


Todos los seres humanos estamos llamados por Dios a ser felices, por eso todos los hombres y mujeres del mundo estamos siempre en búsqueda de ser felices y por lo mismo el mundo está siempre ofreciendo infinidad de ofertas de felicidad día a día. La palabra «Felicidad» viene del latín (felicitas)  que significa gusto, gozo, alegría…


1. Llamados por Dios a ser felices.


En nuestro camino vocacional debemos aprender a distinguir cuál es la respuesta al llamado de Dios que realmente nos hará ser felices... gustar de lo que somos y hacemos, gozar en la vida y estar siempre alegres, como dice san Pablo (Flp 4,4). Nuestro hermano y amigo Jesucristo, al final de las bienaventuranzas en el Evangelio, nos dijo: “Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos...” (Mt 5,12). Y nos dijo también en otro pasaje: “Alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo” (Lc 10,20).

Conseguir vivir alegre y ser feliz no es algo que se pueda lograr desde un planteamiento egoísta o indiferente hacia los demás. Al contrario, luego de pensar que cada uno de nosotros hemos sido llamados a la existencia, debemos convencernos de que para ser verdaderamente felices tendremos que hacer felices a cuantos me rodean; y hemos de trabajar y esforzarnos para que lo sean.

El deseo de felicidad que todos llevamos dentro, ha sido puesto por Dios, que nos llamó a existir para que le busquemos. Por lo tanto, necesitamos de Dios para poder ser felices. ¡Fuimos creados por Dios para ser felices! Esta es nuestra vocación: ¡Ser felices!

El destino radical de todo ser humano es la felicidad y, al mismo tiempo, esa felicidad es la fuerza que lo impulsa, la brújula que lo guía. La felicidad es realmente el único sentido de la vida... El hombre es un «peregrino de la felicidad».

La felicidad es una vocación universal, un don irreversible que Dios ha dado a cada uno al habernos dado la vocación fundamental a la vida. Esta vocación fundamental a la felicidad, por tanto, no es algo que se recibe en un determinado momento de la vida, que está expuesto a perderse y tiene fecha de caducidad, sino el diálogo original de nuestra razón de ser en el mundo, con nosotros mismos, con los otros y con Dios.


2. Un  «decálogo» para mantener la felicidad a la que Dios nos llama.


El Papa Francisco, desde la sencillez que lo caracteriza, se presenta siempre como un hombre «feliz», «inmensamente feliz». Él nos da 10 puntos básicos —un «decálogo de la felicidad»— que nos pueden ayudar, en nuestro contexto personal, a vivir intensamente nuestra vocación a ser felices, para luego elegir una vocación específica en la que podamos responder a la llamada de Dios.

Les propongo ahora meditar cada uno de estos puntos que el Papa Francisco propone:

2.1. Vive y deja vivir. 

El Papa Francisco dice que los romanos tienen un dicho allá en Italia que reza así: «Anda, y deja que la gente vaya adelante», eso es lo mismo que decir: «vive y deja vivir». Este es el primer paso para ser felices, porque el que ama la vida es feliz y deja que los otros vivan felices.

Habrás de preguntarte qué tan feliz has vivido hasta el día de hoy y que tanto has dejado vivir a los demás en la alegría de los hijos de Dios. La vida es hermosa porque se puede ser feliz viviendo y dejando vivir. La experiencia nos dice que quien ama la vida es feliz. Basta ver los innumerables ejemplos de tantos santos que aún en medio de circunstancias difíciles han sabido amar la vida, defenderla y promoverla. Vivir y dejar vivir es realizar en plenitud la condición de hijo de Dios, es responder con felicidad por la propia humanidad, ser persona en el sentido integral, amando inmensamente hasta poder llegar a decir como san Agustín: "Ama y haz lo que quieras".

2.2. Darse a los demás. 

«Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta» dice el Papa, y continúa afirmando: «y el agua estancada es la primera que se corrompe.»

¿Qué importante es ir encontrando el sentido de la felicidad en ese «darse a los demás». Nadie se realiza en el egoísmo, nadie se realiza en la contemplación de sí mismo y en la indiferencia ante los demás. Los santos fueron hombres y mujeres que vivieron con la sonrisa en los labios haciéndose amigos y servidores de todos. El hombre está llamado a «darse», imprimiendo así el verdadero significado a la existencia humana mediante su ser feliz. La realidad existe, pero carecería de sentido sin ese hacerse «donación». Hay que recordar aquel pasaje de la Escritura que dice: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).

¿Se pudiera explicar lo que es una «madre» si no existiera su entrega por el «hijo»? ¿Se pudiera hablar de «vida religiosa» si no existiera esa sed de darse a «las almas»? ¿Se pudiera entender un «sacerdote» sin el amor por su «pueblo»?

Tal vez el ejemplo más claro en este punto sea María de Nazareth, la joven mujer, la joven madre, la joven esposa que se mostró siempre servicial, como lo vemos en Cana, en aquellas bodas (Jn 2,2), cuando se da cuenta de que falta el vino... de que no puede «faltar la alegría» en aquella fiesta. Ella se da, se entrega para que los novios y los invitados no vayan a caer en la tristeza de que falte algo tan importante para la cultura judía de aquel entonces.

2.3. Moverse remansadamente.

Leyendo el libro “Don Segundo Sombra" del autor argentino Ricardo Güiraldes, el Papa Francisco encuentra "una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. El protagonista dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lentamente remansado. Yo utilizaría —afrima el Papa— esta imagen del poeta y novelista en ese último adjetivo: «remansado». La capacidad de moverse con benevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabiduría,son la memoria de un pueblo. Y un pueblo que no cuida a sus ancianos no tiene futuro.”

Ciertamente el Papa habla de la ancianidad, pero en una sociedad que va tan de prisa como la nuestra, todos, incluso los niños y los jóvenes, si queremos vivir nuestra vocación a ser felices, hemos de ser personas remansadas, personas que en la lentitud de ciertos momentos seamos capaces de contemplar las maravillas del Señor y deleitarnos en la convivencia fraterna.

2.4. Una sana cultura del ocio.

Francisco nos recuerda que “el consumismo nos ha llevado a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio, leer, disfrutar del arte. Ahora confieso poco —dice— pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le preguntaba: ‘¿Cuántos hijos tienes? ¿Juegas con tus hijos?’ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo.” Ese «jugar con los chicos» como dice el Papa, nos debe hacer pensar en que no es nada fácil responder a la vocación de la felicidad si uno se encierra en sí mismo y se olvida de convivir, de «jugar», de compartir con los demás los momentos de ocio de una manera sana. Incluso Cristo, en el Evangelio, invita a sus amigos a descansar un poco (Mc 6,31).

2.5. Compartir los domingos con la familia.

“El otro día —comenta el Papa— en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia.” La felicidad es un don que Dios nos regala, una vocación a la que somos llamados y esa felicidad, como vocación, se aprende a vivir en la familia. Es en la vida de las cosas sencillas de cada día y sobre todo del domingo, como día del Señor, en donde uno crece y puede mantenerse siempre feliz, recargando baterías. Vale la pena recordar siempre que “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7)

Ordinariamente la vocación a la felicidad se descubre en la cotidianidad de la vida de familia. La persona humana está creada para la felicidad y lo aprende desde pequeño. Por eso el hombre común no puede vivir mucho tiempo sin felicidad. ¡Quien aprende a amar en la familia brinda felicidad toda su vida!

2.6. Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo. 

“Hay que ser creativos con esta franja —segura Francisco—. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa".

La edad en la que la persona elige —con la libertad que tiene como hijo de Dios— su vocación específica, es la juventud, o, por muy temprano, el final de la adolescencia. Una persona desocupada no puede ser plenamente feliz, lo dice el Papa. Por eso hay que motivarse en el estudio y por lo menos irse ejercitando en las tareas de casa para comprometerse con la sociedad y amar el mundo del trabajo sintiéndose parte de esta sociedad.

Cuando se es joven hay que salir al encuentro de los demás jóvenes y animarles, especialmente a los que están desempleados y animarles a trabajar aunque sea medio tiempo y en cosas pequeñas, ya que el desempleo causa depresión o aburrimiento y, como afirma el Papa, viene luego el problema de la drogadicción, ya que muchos jovencitos piensan que «evadiendo» la realidad serán felices. No se puede vivir la vocación a la felicidad si no se ponen los ojos en cielo, los pies en la tierra y las manos en una ocupación de servicio a los demás.

2.7. Cuidar la naturaleza. 

El Papa Francisco asegura que para ser plenamente felices debemos de “cuidar la creación" y dice que "no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos.” El salmo 8 nos recuerda, en la Sagrada Escritura, que el hombre es el centro de la creación. ¡Qué feliz se siente aquel que es capaz de contemplar un atardecer, de ver el mar, de caminar por el campo!

Francisco, en una audiencia general comentó que "la creación no es propiedad nuestra, y, menos aún, sólo de algunos, sino que es un regalo que Dios nos ha dado para que la cuidemos y la utilicemos con respeto en beneficio de todos... Si no cuidamos la creación —dijo el Papa— la destruimos. Y si destruimos la creación, la creación nos destruirá a nosotros", y continuó afirmando: "Recuerden aquel dicho: Dios perdona siempre, nosotros, los hombres, perdonamos algunas veces, la naturaleza no perdona nunca si la maltratamos". Entre mas cuidemos nuestro entorno de plantas, animales y demás seres vivientes, más podremos ser felices. Vale la pena recordar a san Francisco de Asís o la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, dos grandes «amantes» de la naturaleza.

Quien es feliz tiene herramientas para vivir sin dañar la naturaleza, para estar cerca de los demás, para ser productivo sin explotar la tierra y sus elementos y dar sentido y orden al mundo de las personas y de las cosas que le rodean, pues, puede ver, oír, sentir, pensar, decir y hacer dejando que Cristo viva en él.

2.8. Olvidarse rápido de lo negativo. 

“La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima" asegura el Papa, diciendo que cuando eso se hace es que la persona se siente tan abajo que en vez de subir, baja al otro. "Olvidarse rápido de lo negativo es sano” dice Francisco.

El mundo de hoy está lleno de pesimismo y una persona «negativa» no puede ser feliz y difícilmente puede hacer felices a los demás.  La vida es demasiado corta como para gastarla en hacer cosas negativas que no conducen a la felicidad. Hay que tener cuidado con las semillas de autodestrucción en nosotros las cuales si estallan nos darán solo infelicidad, esas semillas de autodestrucción que solo dan infelicidad si permitimos que crezcan. Éstas son falsa excusas: “yo no soy inteligente” “soy pobre por herencia” “nadie es profeta en su tierra” “nunca he sido bueno para hablar”

Aunque se encuentra prisionero, en medio de un ambiente adverso, cuando escribe la Carta a los Filipenses y con todo lo que le ha sucedido, san Pablo se «alegra» en el Señor porque es feliz. Llegando al final de la carta nos dice: “Mientras tanto, hermanos míos, alégrense en el Señor” (Flp 3,1) y después expresa el motivo de esa alegría en el Señor: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo” (Flp 3,20). ¡Hay que ser positivos siempre!

La felicidad ni se compra, ni se vende y solo se obtiene cuando se está en paz interior en equilibrio con lo exterior. Se construye al actuar con recta conciencia y con esa libertad que brota del amor y la armonía con Dios y con los demás.

2.9. Respetar al que piensa distinto.

La felicidad es una vocación que Dios ha otorgado a todos sus hijos, crean o no crean en Él, sean de una o de otra religión, ya sea que practiquen su fe o no lo hagan. El Papa Francisco dice que “podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: «Yo dialogo contigo para convencerte» ¡No! —afirma categóricamente el Santo Padre—, cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo” y solo respetando a los demás es como se puede ser felices y ayudar a los demás a serlo ellos también (Lc 11,23).

Hay quienes piensan que la satisfacción se encuentra en el éxito fácil privando a otros de su felicidad. La felicidad se alcanza cuando el progreso es fruto de nuestro esfuerzo común; quizá nos podamos sentir fatigados o con mucha dificultad para tratar con gente que piensa diferente,  pero nunca  nos debe conducir eso a ser infelices, porque al compartir con quien piensa distinto ponemos a prueba nuestras capacidades, nos mostramos con transparencia, damos de nuestro bien, de nuestra paz y de la alegría que Dios nos da.

2.10. Buscar activamente la paz.

Nos dice el Papa: “Estamos viviendo en una época de mucha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa.”

Recuerdo ahora a grandes pacifistas como el monje benedictino Thomas Merton o el sacerdote holandés Henry Nouwen. Gente como ellos, que, desde su vocación específica y sin recurrir a la violencia, nos ayudaron —y lo siguen haciendo desde el cielo— a buscar, alcanzar y mantener la felicidad para vivir en paz.

La beata María Inés Teresa fue un a mujer de paz que con su sonrisa perenne mostró lo feliz que se sentía de haber sido elegida en Cristo y que decía que todos debíamos llegar a ser «almas pacíficas y pacificadoras».


3. ¡No nos dejemos arrebatar la felicidad!


Luego de ver este sencillo «decálogo» con el que orienta el Papa Francisco hacia la construcción de la felicidad, podemos decir que ya el milagro de estar vivo es por si solo un motivo para ser feliz. A eso habrá que añadir el elegir una vocación específica como el matrimonio, la vida de soltería, la vida religiosa o sacerdotal para ser en este mundo plenamente felices.

Si tomamos conciencia de la llamada a la felicidad que Dios nos hace y tenemos el valor de responderle, sea cual fuere su llamada específica luego de invitarnos a ser felices, podemos cambiar el mundo en que vivimos y tener un papel muy importante en la realización del plan divino.

Nuestro esfuerzo por mantener siempre una sonrisa que exprese nuestra felicidad, por más pequeño que parezca, puede provocar un cambio de proporciones incalculables a nuestro alrededor, así como una sola piedra, arrojada al agua, pone en movimiento todo a su alrededor haciendo ondas que se van extendiendo más y más... ¿Te das cuenta de lo que Dios puede hacer con tu «¡Sí!» a la felicidad.

¡No nos dejemos arrebatar nuestra vocación a  la felicidad!


4. Actividad para profundizar en el tema.


4.1 Lee con atención este texto:

Cuentan que un hombre escuchó en su pueblo decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel momento el hombre aquel comenzó a buscar ese tesoro por todas partes.

Primero se aventuró buscándola en el placer y en todo lo sensual, luego que no la encontró buscó ese tesoro en el poder y la riqueza pero todo lo perdió. Se lanzó a buscarla en  la fama y la gloria, y nada. Así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.

En una orilla de la carretera vio un letrero que decía: "A usted le quedan dos meses de vida". Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Ya me cansé de buscar. Mejor estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean".

Y aquel buscador infatigable de la felicidad, solo al final de sus días, encontró que en su interior lo que podía compartir, el tiempo que podía dedicar a los demás, el valor de la renuncia que hacia de si mismo para servir... ¡Allí estaba el tesoro que tanto había deseado encontrar!

El buscador comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como es; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse y aceptarse así mismo para lanzarse al cambio a ser mejor; sentirse querido y valorado, pero también amar y valorar; tener razones para vivir y esperar, y también razones para desgastarse y dar la vida.

Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión. Que la felicidad está construida por instantes y momentos de plenitud en el amor de Dios y de los demás; que la felicidad está unida  a la forma de ver a Dios mismo y a los demás y de relacionarse con Cristo, que siempre en su Iglesia está de salida y que para tener la felicidad hay que gozar de paz interior viviendo a la sorpresa de Dios.

Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que solo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser Él: amor, bondad, reconciliación, perdón y entrega total (Jn 10,18). Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: "Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos"

4.2 Selecciona las expresiones más significativas y que te pueden ayudar a realizar la vocación a la felicidad.

4.3 ¿Cuáles crees que son las posibles causas por los que muchos jóvenes no son felices?

4.4. El Papa Francisco da un «decálogo» para alcanzar la felicidad. ¿Cómo programar la vocación a la felicidad en tu vida concreta a partir de estos pasos? Escribe los 3 pasos que para tí sean los más importantes.

4.5 Escribe el nombre de tres personas conocidas que vivan la vocación a la felicidad y descríbe su ser y quehacer brevemente.

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.

jueves, 15 de enero de 2015

LA VOCACIÓN A LA VIDA... Tema 1.

1. LA VOCACIÓN.

A lo largo de la historia, se ha insistido en definir la vocación como una inclinación a un estudio, profesión o carrera, así lo maneja el mundo intelectual, hablando, por ejemplo, de vocación a ingeniero, vocación de doctor o de maestro pero…

«Vocación» en nuestro lenguaje como católicos, es la llamada que Dios hace al hombre para realizarse en un estado de vida específico. De una forma especial el término ha sido aplicado a la llamada para el estado de una especial consagración en la vida consagrada a Dios: la vida religiosa o sacerdotal.

La etimología de la palabra «vocación» nos sitúa ante una llamada que, lógicamente, implica un proceso:

1.1 Existe alguien que llama: Dios.

1.2 Existe un sujeto receptor del mensaje: La persona.

1.3 Existe un mensaje personal: La misión concreta para cada uno.

La «vocación» es una llamada muy concreta que hace Dios y que es necesario descubrir y descifrar cuanto antes, porque  ahí es donde habrá de centrarse el sentido de nuestra vida y los medios de realización de la misma. De esta manera, descubriendo la propia vocación, descubriremos nuestro lugar en la vida, lo que nos defina en este entramado de personas y funciones que es el mundo.

2. LA LLAMADA A LA EXISTENCIA.

Existe una realidad en la que todos estamos implicados. Nadie inventa ni decide su paso del no ser al ser. Nadie decide el comienzo de su vida, o el lugar donde haya de nacer y crecer. Todos hemos sido traídos a la vida: Hemos sido llamados a la existencia. (Gn 1,26-28).

Desde aquí partimos para hablar del hecho de que existe una llamada universal a la salvación. Todos los hombres y mujeres que estamos en el mundo hemos recibido la llamada a la existencia, la llamada a la vida. La vida es un «don» que Dios nos ha dado, y la primera respuesta que se nos pide es que sepamos aceptar ese don. Aceptar el don es vivirlo con el mismo sentido de alegría que se recibe y se goza un regalo importante.

Este es el principal y más importante elemento vocacional porque permanece a la base de todo y a su vez, reúne todos los elementos que encontramos en la llamada vocacional:

2.1 La vocación a la vida es una llamada individualizada, en cuanto que cada uno recibe esta llamada y este don como algo suyo propio que lo define y hace diferente del resto de las personas. cada uno es «alguien» único e irrepetible.Dios quiere complacerse en cada uno como lo hace en su Hijo Jesús (Mt 3,17; Mt 17,5).

2.2 La vocación a la vida es una llamada positiva, pues se nos da para que aceptemos la vida como un valor real; como algo que hay que asumir y no rechazar. La vida nunca podemos verla como la triste imposición de un designio ciego. Cada uno en este mundo es importante porque Dios así lo quiso, fue Él quien quiso traernos a este mundo para algo.

2.3 El alcance de esta llamada a la vida comienza en la aceptación de la misma, por lo que habrá de durar toda la vida y tendrá siempre un toque de «respuesta» al llamado que Dios nos ha hecho. Esa respuesta se irá haciendo "«donación» y es así como la persona podrá «realizarse».

2.4 La vocación a la existencia es una llamada «dinámica» que va mucho más allá de un momento de discernimiento. Diariamente recibimos la llamada y siempre con los mismos elementos que nos hacen re-estrenar la respuesta a esta vocación. "A mi nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero", dice Jesús (Jn 10,18).

3. EL SENTIDO DE LA VIDA.

La respuesta a ese don de la vida estará siempre condicionada por el sentido que tenga la vida, por el sentido que nosotros mismos, «los llamados», le demos a la vida. Nuestra propia forma de entenderla, nuestro mundo de valores y demás cosas, harán que el sentido de nuestra existencia tenga un camino determinado. Desde nuestra propia experiencia existencial, deducimos que el sentido de la vida viene dado a través de:

3.1 La convivencia: Estamos «siendo», estamos «co-existiendo» con otros y con ellos tenemos que compartir una vida. En la convivencia expresamos nuestra realidad social, las relaciones humanas, nuestra inserción en una historia humana concreta. La historia de la humanidad nos habla de cómo el hombre se realiza en la convivencia (Gn 2,18). Y esto a pesar de que con mucha más frecuencia que en el resto de las especies animales, el hombre sea el peor enemigo del hombre (Gn 4,1-16).

3.2 El amor: Tenemos la posibilidad de eliminar los elementos disociativos de la vida (el egoísmo, la envidia, la vanidad) a través de la entrega, el servicio, el perdón, la solidaridad y la generosidad gratuita. Mantener la convivencia sólo será posible desde una actitud personal de profunda entrega generosa y positiva en humildad hacia los demás, haciéndonos «don» para ellos. Eso que llamamos «amor» (1 Jn 4,7-11; 1 Cor 13,1-13).

Así, vemos que la «vocación» es ese todo que es la existencia misma del hombre, su vida expresada de forma irrepetible a través de un proyecto personal en donde se realice. «Vocación» es, en primera instancia, toda la vida, ofrecida en convivencia y donada por amor en el plan de Dios en una tarea —de servicio y seguimiento de Cristo— específica.

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.

ACTIVIDADES A REALIZAR:

1. Leer los textos bíblicos aquí señalados y comentarlos.

2. Responder este cuestionario personal:

2.1 ¿Cuál es tu primera vocación?

2.2 ¿En manos de quién está el mundo?

2.3 ¿Por qué es importante descubrir la propia vocación?

2.4 ¿Cómo crees que puedas descubrir cuál es tu vocación?

jueves, 1 de enero de 2015

«TODOS SOMOS MISIONEROS»... La razón de este blog

«TODOS SOMOS MISIONEROS»...

Esta es, sin  duda alguna, una expresión que habrás escuchado por allí, en la Iglesia, en tu grupo, tal vez hasta en casa... sí, una afirmación muy bonita, pero muy poco tomada en serio. Nadie que crea en Cristo puede lavarse las manos en este compromiso de ser a la vez un discípulo y misionero. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía que no podemos darnos descanso mientras quede un solo hombre sin saber que Cristo ha venido a salvarlo, a salvar a todos. "Qué todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero", solía decirle a Cristo.

La vocación misionera es esencialmente un llamado que Dios hace a quien quiere, para un servicio especial a los más alejados, a los más pobres y marginados espiritualmente para llevarles el amor de Cristo. La beata María Inés sentía "unas ansias" por que Cristo fuera conocido y amado y fundó una familia misionera, la "Familia Inesiana" integrada por Consagrados y Laicos de todas las edades y condiciones.

Dentro de la "Familia Inesiana" están los «MISIONEROS DE CRISTO PARA LA IGLESIA UNIVERSAL», un Instituto misionero formado por sacerdotes y hermanos que, identificados con los anhelos misioneros de la beata María Inés, quieren conquistar el mundo para Cristo.

El Misionero de Cristo es alguien que ha comprendido que nadie es más pobre que quien no conoce a Cristo. Va, habla, actúa, inventa, se deshace porque "URGE QUE CRISTO REINE" (1 Cor 15,25). El Misionero de Cristo es alguien que respondiendo al llamado que Dios le ha hecho, dona su vida para que todos lleguen pronto al conocimiento de la verdad y tengan vida verdadera siguiendo a Jesús Eucaristía como centro de sus vidas y caminando por el mundo bajo la protección de Santa María de Guadalupe. Nada ni nadie detiene en esta marcha evangelizadora a quienes se han sentido llamados a sembrar, como sacerdotes o hermanos consagrados, la fe en donde no ha llegado el conocimiento de Cristo o a reconstruir una comunidad cristiana en donde la Iglesia se ha venido a menos.

El Misionero de Cristo es alguien que lo deja todo y se marcha re-estrenando la vocación cada día. Otros hermanos más pobres y pecadores como él, lo esperan. El Misionero de Cristo no se casa, consagra su vida al Señor que lo ha llamado y que lo ha invitado a ser con él un sembrador. 
 Ciertamente que todos estamos llamados a ser misioneros, pero, ¿has pensado que tú puedes dar tu vida a Cristo para ser su misionero de tiempo completo? 

Quiero invitarte a compartir conmigo y con los demás «MISIONEROS DE CRISTO PARA LA IGLESIA UNIVERSAL» a compartir esta tarea grandiosa de anunciar a Jesucristo hasta los últimos confines de la tierra dando tu vida. Nuestro Instituto Religioso te ofrece la oportunidad de brindarte un acompañamiento vocacional para ayudarte a descubrir ese llamado y dar una respuesta.

Consciente de que la vocación a ser «MISIONERO DE CRISTO» en el sacerdocio ministerial y como en hermano en la vida consagrada, sólo florece en un terreno espiritualmente bien cultivado, he pensado en crear este blog para ayudarte. En este blog encontrarás temas, videos, cuestionarios, música, ejemplos de grandes hombres santos o en camino a la santidad, que han dado su vida como sacerdotes y misioneros.

La vocación, como testimonio y respuesta del amor divino, resulta especialmente eficaz y crece cuando se comparte «para que el mundo crea» (cf. Jn 17, 21). El don de la vocación es un don que la Iglesia implora cada día al Espíritu Santo. Como en los comienzos, reunida en torno a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, la Iglesia de hoy aprende de ella a pedir al Señor que florezcan nuevos apóstoles que sepan vivir la fe y el amor necesarios para la misión. A Ella, a la Santísima Virgen, a la Primera Misionera, vestida de Guadalupana, encomiendo, en unión contigo en oración, el desarrollo de este blog.

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.